La Línea Piensa presenta a Cecilia Ivanchevich y Valeria Traversa. Del 9 de septiembre al 3 de octubre en la Sala 1 del C. C. Borges. Viamonte y San Martín
Dos veces en el mismo río
Cecilia Ivanchevich y Valeria Traversa coinciden en el espacio de La Línea Piensa y eso conduce a pensar en otras coincidencias, quizás mucho más esenciales e ideológicas que formales y evidentes. El dibujo de ambas es, antes que un desarrollo engalanado de tópicos iconográficos, embelecos más o menos narrativos y situaciones más o menos definidas, un modo de dibujar. Si bien todo dibujo es un “modo”, una manera, en ellas parece haber una renuencia a dejar que el dibujo se aproxime demasiado a consolidarse, a cristalizarse en un sistema de signos que no sea otra cosa que el dibujo hablando de sí mismo.
En Ivanchevich esa retirada, ese recelo, es definitivamente palpable e inquietante cuando parece volcar apenas en el plano el resto, el rastro más escueto y huesudo de la acción manual, en una articulación de ritmo, geometría y síntesis de enorme precisión y contundencia. Pero también, y sin traicionarse, puede rozar engañosamente la alusión escénica en sus piezas de formato más francamente horizontal – diríase en scope -, donde la mancha, la línea, la textura, los altos contrastes geométricos de un blanco y negro sonoro y mórbido, y una dinámica de plasticidad más ortodoxa, hablan de un hedonismo para el puro acto de dibujar que quiere, y logra, establecer complicidades, tensiones y resonancias a partir del simulacro de una representación en permanente movimiento, que elude todo el tiempo consolidarse.
Traversa es igualmente extrema, y todavía más puritana, en su fanatismo por generar el mayor impulso y expansión visible del dibujo con la menor apelación a una paleta posible de recursos. En ella el dibujo es más un fenómeno físico que un problema estético, sin que esa militancia terminal signifique una renuncia a un trabajo sobre el campo visual que, aún de manera anómala, enfermiza, busca armonía y estilización, incluso en sus expresiones más cáusticas y deliberadamente balbuceantes. La de Traversa es una maquinaria estratégicamente elemental, exasperada, que se crispa, se enreda, se ramifica o contrae en implacable examinación de los límites del plano, en tanto ficción espacial o puro formato de superficie, recurriendo a aquello que parece pertenecer a lo que se excluye, al error, al sinsentido temible del tumultuoso borroneo y del garabato.
Cecilia Ivanchevich y Valeria Traversa coinciden en el espacio de La Línea Piensa y eso conduce a pensar en otras coincidencias, quizás mucho más esenciales e ideológicas que formales y evidentes. El dibujo de ambas es, antes que un desarrollo engalanado de tópicos iconográficos, embelecos más o menos narrativos y situaciones más o menos definidas, un modo de dibujar. Si bien todo dibujo es un “modo”, una manera, en ellas parece haber una renuencia a dejar que el dibujo se aproxime demasiado a consolidarse, a cristalizarse en un sistema de signos que no sea otra cosa que el dibujo hablando de sí mismo.
En Ivanchevich esa retirada, ese recelo, es definitivamente palpable e inquietante cuando parece volcar apenas en el plano el resto, el rastro más escueto y huesudo de la acción manual, en una articulación de ritmo, geometría y síntesis de enorme precisión y contundencia. Pero también, y sin traicionarse, puede rozar engañosamente la alusión escénica en sus piezas de formato más francamente horizontal – diríase en scope -, donde la mancha, la línea, la textura, los altos contrastes geométricos de un blanco y negro sonoro y mórbido, y una dinámica de plasticidad más ortodoxa, hablan de un hedonismo para el puro acto de dibujar que quiere, y logra, establecer complicidades, tensiones y resonancias a partir del simulacro de una representación en permanente movimiento, que elude todo el tiempo consolidarse.
Traversa es igualmente extrema, y todavía más puritana, en su fanatismo por generar el mayor impulso y expansión visible del dibujo con la menor apelación a una paleta posible de recursos. En ella el dibujo es más un fenómeno físico que un problema estético, sin que esa militancia terminal signifique una renuncia a un trabajo sobre el campo visual que, aún de manera anómala, enfermiza, busca armonía y estilización, incluso en sus expresiones más cáusticas y deliberadamente balbuceantes. La de Traversa es una maquinaria estratégicamente elemental, exasperada, que se crispa, se enreda, se ramifica o contrae en implacable examinación de los límites del plano, en tanto ficción espacial o puro formato de superficie, recurriendo a aquello que parece pertenecer a lo que se excluye, al error, al sinsentido temible del tumultuoso borroneo y del garabato.
Eduardo Stupía
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